miércoles, 14 de marzo de 2012

3'14.

La veía pasar cada día desde que tenía uso de razón y siempre la saludaba, con ese entusiasmo que su gesto gracioso le hacía sacar. La gente solía decir que sus andares de patito bailarín combinados con los hoyuelos de su cara le alegraban el día al más desdichado, despedía vida por los cuatro costados. Tan acostumbrado estaba a verla que no podría saber con certeza si en apariencia había cambiado o no, aunque últimamente su piel se había vuelto más marrón. Por lo demás, seguía sonriendo, andando con energía entre la gente que siempre la había visto. Pero un día borroso, uno de estos que salen desenfocados en la cámara de fotos, vio que había mudado la sonrisa por una extraña mueca, y su gesto recordaba al de un payaso triste.

-¿Qué te pasa, bonita? ¿Por qué hoy no me saludas?

Y ella no parecía escucharle, y no porque no le pareciera digno de su atención, sino porque algo se había helado en su rostro. Fue entonces cuando se percató de que la pequeña se estaba resquebrajando, que su piel ya no se mostraba firme, que le había llegado el otoño y se estaba quedando sin hojas. Él empezó a llorar con desesperación, a lamentarse.

-¿Qué te han hecho?
-Que me han matado. Que la vida no es esto. Que ya nadie mira por el todo.

Nunca olvidaría la mirada cansada de los sueños, una mirada de millones de años en una carita seria y sin rumbo.


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